Él nunca se atrevió a meter el papel entre los billetes.
Ella no se animó a dejar la barrera baja un poco más.
Diez años al pedo, cruzándose en esa casilla de peaje.
Él nunca se atrevió a meter el papel entre los billetes.
Ella no se animó a dejar la barrera baja un poco más.
Diez años al pedo, cruzándose en esa casilla de peaje.
Javier Milei, el candidato más votado en las elecciones PASO presidenciales del 13 de agosto, dice que va a terminar con la aberración de la Justicia Social, y con la fantasía de que donde hay una necesidad nace un derecho. Lo dice frente a un público enfervorizado. Lo dice festejando el hecho de que uno de cada tres votantes lo ha elegido. No me toca, porque no tengo las herramientas necesarias, analizar la composición detallada de quienes lo han hecho. Tampoco me toca definir como equivocado o equivocada a quien ha votado a este candidato. La superioridad autopercibida, cuando de política se habla, nos ha llevado a caer en abismos de los que, una y otra vez, hemos logrado salir. Heridos, rotos, maltrechos. Pero lo hemos conseguido.
Dice Javier
Milei que va a terminar con la aberración de la Justicia Social, y la pregunta
que me recorre, es a qué nos referimos cuando hablamos de Justicia Social.
Para los defensores
del libre mercado (habría que ver quién se beneficia de esa pretendida
libertad), o para cierto sector ya definido como Medio Pelo o Clase un cuarto,
la Justicia Social es la distribución de dádivas, de manera indiscriminada, a
personas que eligen subsistir de esta manera. Para un sector social más
acomodado, la Justicia Social es una manera de exprimir a quienes han hecho grande al país.
Para mí, la
Justicia Social es mucho más que eso.
Es garantizar
el acceso a la Educación Pública, gratuita y de calidad.
Es garantizar
una cobertura de salud de primer nivel para todos y todas.
Es garantizar
el cumplimiento de derechos para cada persona y es, también, cuidar de aquellos
que, por la razón que fuera, hayan estado excluidos, marginados, perseguidos y
olvidados por la sociedad y por los sucesivos administradores del Estado.
Es garantizar
la posibilidad de un retiro saludable para quienes así lo merezcan.
Es
garantizar la seguridad para cada uno de nosotros y nosotras.
Pero es,
también, garantizar que cada persona pueda acceder a desarrollar la tarea que
cumpla con sus expectativas o con sus deseos, y que pueda formarse para
alcanzar su mayor versión, basándose en sus capacidades y no en su capacidad de
pago.
Es Justicia
Social garantizar la infraestructura necesaria para el desarrollo de todos y
todas.
Es Justicia
Social poder acceder a los cuidados necesarios para vivir una vida plena, y que
no sea esto limitado por la capacidad de pago de cada quién.
Sabemos qué
pasa cuando es la mano del mercado, nada invisible, la que define el destino de
cada persona. Ya vivimos esa tragedia, muchas veces.
Justicia
Social es, también, que cada persona esté representada por un voto.
Nada está
tan firme que no pueda ser borrado en un instante, y siempre es más fácil
destruir. Cuidemos lo que tenemos, porque solamente así lograremos que esos
derechos, que surgen de una necesidad, se amplíen cada día más.
Eso también
es Justicia Social.
No hay que discutir cuando se está enojado. No. Eso dicen las viejas de memoria larga que ya no usan batones. Ahora bailan zumba, toman cervezas artesanales y cuidan a los nietos cuando no tienen otra cosa que hacer. Las nuevas sabidurías vienen con varios gigas de reserva mnésica y pantallas a todo color. Todo tiempo presente es mejor.
Tampoco hay que pretender lógica en la reacción
que es, por definición, el resultado muchas veces natural de una acción
determinada. La reacción es inmediata, no da tiempo al pensamiento. No hay
espacio posible entre el desencadenante y el efecto. Quien reacciona lo hace de
la única manera posible.
De más está decir que no hay dios que explique
un resultado empíricamente demostrable. No hay fundamento supramaterial que
justifique la subversión de las leyes, del contrato social, de las normas más
elementales de la convivencia civilizada. La casualidad es un mal fundamento
para un mal resultado. Cuando dos piedras caen hacia el mismo punto del
universo, el resultado es fatalmente irrebatible.
Amén.
Pues entonces, de qué vale enojarse. A quién
hacer responsable del descalabro generado. Tal vez a los vectores, tal vez al
espectro cromático, tal vez al huso horario, tal vez a las consecuencias
derivadas de la vida cotidiana. Tal vez no haya responsabilidad atribuible. La
pregunta final es qué nos queda.
La gradación.
Que es turra, porque es subjetiva. El sentido
común es el hijo bastardo de la lógica, que es siempre hegemónica. Ese sentido
común que genera frases hechas, razonamientos ramplones, conclusiones con
fondos de cascadas y lánguidos teclados.
Todos sabemos que una lata traumatizada no se
compara con el pibe que no está, con el futuro que desapareció, con el fondo de
la olla cada vez más habitual, con el trapo y el vidrio, con la incerteza
cotidiana.
Pero todos somos egoístas, en algún momento.
Todos pensamos que nuestro pequeño percance
debería ser relatado por un Shakespeare del este Cordobés.
Un poco porque estamos convencidos de que el
mundo gira alrededor de nuestro plexo.
Y un poco porque no nos gustan las frases
evidentes.
Qué joder.
05 01 2022
No hay tiempos mejores. Tampoco los hay, por
consiguiente, peores. No hay manera confiable de categorizar las épocas, porque
los testimonios son siempre sesgados. Para empezar, quien cronica debe poder
hacerlo, ya sea por capacidades personales o por disponibilidad técnica. La
meritocracia no es algo virtuoso. Es más, tiene el mismo sustento ideológico
que la neutralidad. Pero dejemos las ramas para los cardenales.
Vivimos tiempos. Estos tiempos. Los que nos
tocan. No hay manera posible de que esto no sea así. Cada uno de nosotros es
una combinación genética única, una probabilidad estadística prácticamente nula
para los parámetros de la biología. Cada uno de nosotros puede darse en un
momento específico y no en otro. Cada uno de nosotros es el resultado de un número
de flujos y de azares imposibles de repetir. Un estornudo, un mal día, una copa
de más. Así de frágil puede llegar a ser nuestro origen.
Pero somos, también, en función de la
comunidad. El contexto en el que vivimos nos sitúa, nos dirige, nos condiciona.
Nada de esto es original, solamente es una mala cita de palabras mejores. Como
siempre, la pretensión de originalidad es tan solo eso. La principal ventaja de
leer mucho es que amplía el espectro de posibles apropiaciones, de plagios más elegantes.
Entonces.
Las profecías tienen el defecto de hablar,
muchas veces, de un futuro posible, sin ver el barro en la suela de la
alpargata. Es así que todos pensaron en un mundo en el que toda tecnología iba
a ser dominante, en el cual las comunicaciones iban a ser omnipotentes, y donde
el mérito iba a ser suficiente. El ser humano del siglo XXI iba a ser superior
estética, social, cultural y económicamente.
Hasta que un chino se tomó una sopa de
murciélago (la gran leyenda urbana de este milenio), y desató este Armagedón
que nos toca transcurrir, y que es una especie de Aleph epidemiológico.
Porque todo lo que está pasando, ya pasó. Y las
respuestas fueron más o menos las mismas.
Toda catástrofe afecta a sus víctimas de manera
individual, por lo que las reacciones son, necesariamente, personales. En el
caso de una pandemia, la consulta al sistema de salud lo es, el conocimiento de
un resultado debería serlo. Acceder a una vacuna es un hecho personal, el
aislamiento como primera medida de cuidado también lo es.
Ahora bien (si se permite el léxico científico
social): aunque cada hecho es individual, sus consecuencias son comunes, y así
deben ser tenidos en cuenta a la hora de pensar en un futuro más o menos
sustentable, ya sea a un nivel macro como en cada comunidad. No dar vacunas a
los países pobres tiene el mismo fundamento que agredir a quien nos cuida
porque queremos pasar antes en la fila del hisopado. Es tan buller el país que
acapara medicamentos como el simio que putea a un voluntario o a un profesional
de la salud.
Gil Grissom dijo alguna vez, y la cita es
aproximada, que el problema es que somos seres con genes precámbricos viviendo
en una sociedad posmoderna. Tal vez sea esa la razón por la cual seguimos
respondiendo a lo desconocido, o a lo que nos atemoriza, de la misma manera que
hace 10.000 años.
No jodamos, entonces, a los que quieren hacer
las cosas de otra manera. Alguna vez, el sapiens inicial aprendió a sumar y a
escribir. Seamos algo más que eso.
01/01/2022
En su libro Sapiens, de animales a dioses,
Yuval Noah Harari nos dice que la primera escritura fue lo que él llama parcial,
ya que se desarrolló para registrar las transacciones comerciales primitivas en
la Mesopotamia asiática. Dice, también, el historiador israelí, que tal forma
de escritura no sirve para describir sensaciones. Dice Harari que los números
no permiten, por ejemplo, escribir poesía. Me permito, humildemente, discrepar
con esta afirmación. Creo que las cifras no solamente nos describen pebeíses o
pesos al nacer o detenidos desaparecidos. Los números, puestos en contexto, son
mucho más que la sola base de la estadística. Los ejemplos mencionados son elocuentes.
Entonces.
Es primero de enero de2022.
Una cifra, un dato estadístico, un evento
cronológico. El inicio de un año más. El día siguiente al año que hemos
transcurrido, y que nos acerca a otra cifra.
Para un mundo que ya nunca volverá a ser, 2022
es el tercer año de una pandemia como no había conocido la humanidad en el
último siglo. Para los aficionados al fútbol, es el año en el que se va a jugar
un mundial que puede representar la última oportunidad de Lionel Messi. Para los
timberos, es la oportunidad de salir de pobres jugándole a los patitos. Las
posibilidades son múltiples.
Para algunos, este 2022 se apaloma con otra
cuestión determinada por el sistema decimal: el número redondo.
Entonces.
Los cambios de década suelen ser tiempos de
duda, de sismo cronológico. Se habla de crisis, de sacudón. Lo clásico es el
paso a la quinta década, los cuarenta que actúan como non plus ultra de la
decadencia de la persona, a partir de los cuales todo empieza a decaer. Así
como la adolescencia ha sido constituida en la edad dorada a la que muchos
añoran y quisieran volver. Personalmente, creo que esta es una etapa
sobrevalorada que tiene solamente dos elementos a rescatar: es breve y casi
siempre irreversible.
Entonces.
En este año, 2022, completo mi quinta década.
En marzo, como muchos saben, cumplo cincuenta. No me gusta hablar de balance,
porque creo que eso corresponde a ciclos cerrados, y no me parece que eso se pueda
aplicar a esta cuestión.
Para nuestro clan, esta década es cosa seria. Muchos
no lograron completarla, entre ellos mis viejos, por esas cosas de la
naturaleza y los contextos, que son crueles y maulas, como el gato del tango. Les
ha tocado ser las víctimas de sus propios cuerpos, de maneras brutales e
irreversibles. La muerte siempre es absurda e inoportuna, y nos deja con
proyectos incompletos, con libros sin leer, con sobremesas sin transcurrir.
Entonces.
Mientras miro el patio de mi casa a través de
las rejas de mi habitación, esperando un informe de laboratorio que, usando una
escritura completa al decir de Harari, me diga si formo parte de los afectados
por el virus de moda, pienso y escribo, sin pretensión alguna de talento o de
originalidad. Comienzo, en tres meses, mi sexta década, y se me llena el culo
de preguntas. ¿Era esto lo que esperaba? ¿Cuáles habrán sido las expectativas
que quienes me formaron tenían sobre mí? ¿Llegué a lo que debía? ¿Me quedé
corto? ¿Fui más allá? ¿Tiene sentido seguir insistiendo? No la tengo tan clara.
Creo que nadie tiene esa certeza. Sé que traté siempre de ir por el lado que me
marcaba la Historia familiar, con sus fusilados, sus exiliados, sus militantes,
sus docentes, sus sanadores. Sé que es un privilegio integrar una tribu en la
que la palabra es eje y sentido. Sé que cada charla con mis hijos, con el
militante, con el escritor y con el artista, así lo demuestra. Sé que la
compañera que encontré el primer sábado de este siglo es la que volvería a
elegir cada nuevo sábado de cada nueva semana, porque nos merecemos lo
transcurrido. Sé que la nostalgia es el pan en el huevo frito de la vida, ya
sea por lo pasado como por lo que vendrá.
Entonces.
Empieza otro año.
Empieza otra década.
La década.
Esperemos estar a la altura de los que no la
pudieron completar.
En su nombre, levantemos la lata, la copa, la
botella cortada, el vaso.
Y no le mezquinemos cuero.
Salú.
El Klezmer del Este Cordobés mira por el ventanal de la estación de servicio de la multinacional, la que está en el cruce de la Avenida con la ruta y piensa, porque eso suele ser un buen hábito. O eso dicen. Y el Klezmer del Este Cordobés es muy respetuoso de los saberes populares.
Dicen, por ejemplo, que la cruz de sal corta la
lluvia. Y que la sandía con vino es letal, peor que el neoliberalismo. Por lo
menos en el corto plazo. Dicen, también, que no hay que batir mayonesa cuando
manda la luna, porque eso acarrea resultados casi siniestros. Desconocemos cómo
influye el hábito hormonal con la emulsión preparada con la minipimer. Habría
que averiguar, hacer un estudio de doble ciego. Cosas más raras se han
investigado, con resultados menos trascendentes. Miles de teorías económicas lo
demuestran.
Dicen, también, que mientras más avanzada es
una corriente de pensamiento, más amplio es el criterio de sus integrantes, y
más sutiles sus debates y, por ende, sus conclusiones. Puede ser. O no.
Es posible, por ejemplo, que al organizar un
evento destinado a difundir las bondades del tratamiento del hallux valgus en
la población vulnerable de Ciudad Insaurralde, actividad dirigida a la
comunidad chueca local y a sus cuidadores, se propongan fecha y hora, se
diseñen cartelones y se convoque al público conocedor, se asignen temas y
tiempos, se distribuyan las responsabilidades e, incluso, se achaquen las
culpas.
Porque siempre es bueno saber quién hizo mal
las cosas.
Pero entonces, de improviso (o no), alguien se
acuerda de que en esa fecha se conmemora el día de la glorificación del
boniato, ocasión en la cual los productores regionales de la reivindicada
hortaliza harán un guiso masivo en la explanada de la dizque Tecnoteca local,
al que asistirán, masivamente, los veinte iniciados en el tema.
Es ahí, pues, cuando el intercambio surge
caótico pero nunca demencial, porque se supone que hablamos de vanguardias. Se
superponen citas personales con fiestas de guardar con reuniones sociales con
eventos culturales con intervenciones militantes.
Y el Klezmer del Este Cordobés siente que ha
concurrido a una asamblea de los movimientos progresistas en la cual se debate
el calendario marital de Fernanda del Carpio, y que se logrará un improbable
acuerdo, con pocos conformes y muchos insatisfechos.
De todos modos, se dice el Klezmer del Este
Cordobés, es preferible eso a formar parte de la horda que sostiene que se
deben prontuariar a los pibes una vez que nacen, para evitar males mayores. A
los pibes que nacen de aquel lado de la Avenida, por supuesto.
Cae la tarde sobre el Este cordobés. El klezmer concurre con el cachorro segundo a aupar al sobrino mayor por línea paterna, en la dura porfía futbolera puberal y arrabalera. La muchachada suda el sintético que cubre los torsos pero no, evidentemente los hados no nos sonreirán, como tampoco lo harán nuestros bravos players. Los llamativo es que tampoco demuestran gozo alguno los contrincantes, por lo menos mientras se desarrollan las acciones en el verde césped.
Primera parte de un día atravesado por descargas variadas de neurotransmisores estimulantes, si se perdona la disgresión pretendidamente fisiológica.
Un héroe cumple setenta, y dios se ha sentado a disfrutar.
Finalizado el match, el klezmer del este cordobés debe hacer efectivo su rol progenitor, y trasladar al futuro de la patria hasta la casa de un amigo, en la cual el muchacho deberá hacerse cargo de la nutrición de los concurrentes al evento. El hogar del anfitrión se encuentra en una zona de casas sin revoque, con calles mal iluminadas, cercana al margen construido del conurbano que habitan. Una vez allí, son recibidos por la madre del festejado, quien explica que el barrio no debería generar ansiedad alguna al klezmer, y que el ágape se desarrollará, íntegramente, en los intramuros del solar familiar. El remitente agradece la preocupación, y exime a la comadre de toda justificación, posteriormente a lo cual se retira hacia su hogar, mientras barrunta la tristeza de sentir que vivimos en un mundo en el cual alguien siente la necesidad de pedir perdón a otro por no ser ABC 1 y no vivir en un barrio de casas con pileta y carros de doble tracción. Tristeza que muda, casi inmediatamente, en furia, porque comprende que, para muchos sujetos que jamás podrán tener un plantín de chauchas en su patio de mosaicos, esa conducta es no solamente digna, sino que es, además, recomendable.
El klezmer del este cordobés comprende que la peor clase de ser vivo es aquel que cree merecer un esfínter ubicado una cuarta más al norte.
Y se va a escuchar a García. Porque si la solución es lejana, siempre nos queda la belleza.